En tal fecha como hoy no podía faltar un artículo relacionado con este fantástico mundo ilusionante de las meigas, del miedo, de la fantasía, del misterio. Una fiesta que se remonta a los orígenes celtas y que también es conocido como Noche de Brujas o Noche de los difuntos, estamos hablando de Halloween.
Rebuscando entre los archivos del lugar donde trabajo, la Biblioteca Gabriel Miró, encontré un libro con Historias para no dormir y de entre ellos os dejo hoy con un cuento de Tico Medina, La segunda muerte.
Tico Medina de Granada, es tierra de origen que no precisa comentarios. El reportaje, el libro, el cine, la radio, la televisión son sus medios. El buen periodista ve en la noticia la fuente, el impulso que la máquina de escribir transforma al llenarla de contenido, de fuerza, al acercarla viva al lector. Tico Medina está detrás del <<tinglado>> y hoy hace un <<Reportaje al miedo>>, como ayer ganó el premio Ondas o hizo el guión de <<La niña de luto>> o estuvo <<allí>> donde <<aquello>> iba a ocurrir. Como estará mañana – con los ojos bien abiertos – en cualquier parte, en cualquier momento, cuando vaya a nacer el miedo.
Así y aquí empieza su relato:
Cuando tenía trece sufrí un fuerte ataque de catalepsia. Se queda una como muerta. Estuve un día cerca de la tumba, con un pie dentro de ella. Otra vez muerta. Era prácticamente un cadáver. Mis manos se habían cruzado sobre el pecho. Sentía el blanco resplandor de las sábanas en torno a mí. Mis ojos estaban cerrados. Mis uñas, negras. Escuchaba todo, muy lejos, pero claramente. Oía llorar a los míos. Mi madre no quería llevarme de la cama. Sentía su respiración cerca de mis labios. No podía mover ni un músculo del cuerpo. El médico llegó pronto. El frío helado del fonendo me hizo estremecer, al sentirlo en el pecho, a la altura del corazón. Le dijo a mi madre: <<Está muerta, señora. Su hija está muerta>>. Mi madre negaba, lloraba fuerte, se revolvía cerca de mí, protegiéndome, dando vueltas en torno a la cama como una leona. <<Que no la toquen. Que no se acerque nadie a ella. Mi hija está viva. Yo sé que está viva>>. Aquello fue mucho más largo que cuando era niña. Muerta, sin moverme, más de un día. Tendida, luchando con la vida a brazo partido, cerca de un mes. Hablaron del coche fúnebre. Ya no sería blanco, como el primero. Se había pensado en la mortaja. También ahora, como antes. Yo sentía a la gente que entraba y que salía, cuando se cambiaba una silla de sitio, el momento en que se abría la puerta del salón…Decían: <<Está fría. Esta helada. No vuelve en sí. Ahora es cierto. Tiene el rostro de la muerte>>. Yo escuchaba, y quería decir, pero no podía. Hasta que pude mover un dedo de una mano. Mi mano suspiró triunfalmente, luego de sus largas noches de vigilia en torno a mi lecho, sin perder la esperanza. Cuando volví en sí, cuando pude levantarme de aquel lugar, cuando escuché el latido de la vida por mis venas, entonces…Cada vez que me asomaba al espejo veía en mi rostro la imagen de la muerte. Pero pude ponerme en pie. También salí de aquélla, también…
Así, de viva voz, lo ha contado doña Hermógenes González a este periodista. Vive separada y cosida al mundo por el hilo mágico de su sonotone. No mueve su mano derecha. También la tiene muerta. No la tiene, pero ésa es otra historia, donde vio a la muerte de otra forma, más violenta frente a sí, cara a cara, ensangrentada y dramática. La muerte siempre acude a un disfraz. La muerte tiene el frío de las máscaras del carnaval. Se viste como quiere. O de blanco o de negro. O de rojo…
Pero ésa, repito, es otra historia. Porque doña Hermógenes, ha tenido cuatro muertes. Y de las cuatro ha vuelto. Con ella, en algún lugar, como una preciada joya, se muere de serio, un certificado de defunción y un traje de amortajar.
Yo había dicho no hace mucho al escribir de ella, de pasada, de otras cosas: <<La muerte había firmado sobre la piel de la muchachita Hermógenes dos veces, pero no pudo llevársela a sus jardines infinitos>>.
Me llega a mi e-mail un correo de un hombre amable, con palabras entusiasmas hacia mi persona y hacia mi trabajo y del que solo tengo palabras de agradecimiento, él es Manuel García Viñó. A los pocos días recibo de su parte un paquete de libros de los que hoy voy a extraer una pequeña reseña de cada uno de ellos.
Mundo y trasmundo de las leyendas de Bécquer. (Madrid : Gredos, 1970). En este volumen Manuel se acerca a las leyendas de Bécquer en el aspecto personal, estético o metafísico. El autor transcribe muchos paisajes representativos en leyendas. Se podría decir que es como una antología minuciosamente comentada. Agrupa las leyendas en series temáticas (música, el más allá, la mujer ideal, lo autobiográfico, etc.), pero sin ceñirse exclusivamente a ese punto de visto, sino ampliando la consideración a cuantas facetas del arte becqueriano se presenten en cada caso. Complementado con una amplia exposición de concordancias entre dichas narraciones y el resto de la producción de Bécquer.
Polución. (Madrid : Ibérico Europea de Ediciones, 1982). En los años medios de nuestro siglo, una serie de fenómenos que no aparentan estar relacionados entre sí ponen los cimientos de lo que pueda llegar a desencadenar una auténtica apocalipsis. La espoleta que provoca la explosión final no será otra que el hominismo, lo contrario del humanismo. El hombre de la era técnica, configurado por todos esos fenómenos dispersos, llega a creerse autosuficiente y rompe todos los lazos que les unen a la naturaleza, a sus antecesores, a la trascendencia. Esta es la gran verdad, la imagen de nuestro mundo que García Viñó pone de manifiesto mediante una sobrecogedora antiutopía. Un tirano moderno, nuevo Prometeo, ensaya en una isla griega lo que podría ser el mundo supertecnológico, el mundo del hombre-máquina. Su rebelión babélica encontrará la respuesta en un mensaje que encierra todos los valores de la contracultura.
El puente de los siglos. (Madrid : Ibérico Europea de Ediciones, 1986). Por medio de una trama rica en peripecias el autor demuestra, que, en esta ingeniosa novela, que se desarrolla en e tránsito del segundo al tercer milenio, tres curiosas teorías. Primera: nuestros actos presentes no solo influyen en nuestro futuro, sino también en nuestro pasado, modificándolo. Segunda: el viaje en el tiempo es posible, pero no en una máquina, sino mediante una droga; es así, como un personaje de este relato llega a encontrarse consigo mismo, no solo como será sino como hubiese querido ser. Tercera: cada ser humano es el centro de un universo particular, su propio universo, en el que solo parcialmente y en la medida en que lo requiere su personal destino, inciden los universo particulares de los demás. El protagonista es un hombre con dos pasados: el que él recuerda haber vivido y el que le achacan los demás ¿Cómo puede haberle ocurrido a él hace solo una semana los que todos vieron hace dos años? ¿Cómo puede alguien purgar un crimen antes de haberlo cometido? ¿Cómo pueden dos mujeres vivir las mismas horas con el mismo hombres sin llegar a conocerse? Un fusilamiento, que pone fin a un destino personal, que refleja simbólicamente el destino de nuestra civilización, hace encajar todas las piezas del rompecabezas, logrando al tiempo ingresar a Arturo Hispano 9.502 en un más allá en el que se puede seguir viviendo y en el que todo se contempla en su veradera dimensión.
Isla mayor. (Madrid : Ibérico Europea de Ediciones, 1990). Treinta y tres días antes de suicidarse, Manuel Halcón, a quien García Viñó había pedido un prólogo para Isla Mayor <<por ser el autor de Recuerdos de Fernando Villalón, ganadero de toros bravos y poeta de Andalucía la Baja>>, escribió al autor de este libro aceptando el encargo y añadiendo: <<Por tema, lenguaje y concepción del mundo y de la vida (y de la muerte), probablemente esta novela tuya sea la más andaluza que se ha escrito nunca>>. Su tragedia personal no permitió al gran novelista sevillano no cumplir su compromiso, pero, en esta frase epistolar, dejó constancia que había sabido captar los valores de este drama rural que desarrolla su acción en el irrepetible paisaje de las marismas del Guadalquivir, que se reparte ese triángulo de luz constituido por las provincias de Cádiz, Sevilla y Huelva. Se replantea un tema eterno.
El realismo total, nueva visión de la novela. (Revista Antropos. Extra 4. Barcelona, 1997). La concepción del arte y la novela, dimensión de las diversas perspectivas del conocimiento. La presencia perceptiva de lo invisible fuente de creación estética y ética. Las formas narrativas elaboran paradigmas de trascendencia: la expresión como voluntad y proyecto de transmutación de la facticidad histórica y transfiguración imaginativa de la realidad total, la invención de una verdadera cosmovisión. Este es un número especial dedicado a la figura del Escritor Manuel García Viñó.
La novela española del siglo XX. (Madrid: Endymion, 2003). Primer intento de comprensión del conjunto de la narrativa española del pasado siglo, que es, para el autor, el siglo en que la novela, después de algunos altibajos y de un vacío de casi dos siglos, entre los últimos brotes de la picaresca y La Gaviota (1849), de Fernán Caballero, toma carta de naturaleza definitivamente entre nosotros. Dividido en tres partes, García Viñó se alinea prácticamente en un todo con el sentir común en su visión del primer periodo, que abarca desde principios de siglo hasta la Guerra Civil. De la generación del medio siglo y lo que sigue hasta la Transición ofrece una muy personal, siendo totalmente revolucionaria la del último cuarto de la centura, cuya historia se suele presentar falseada por la manipulación de los medios de comunicación realiza la llamada industria cultural. Como no podía ser menos, lo que va de 1975 a 2000 lo estudia al tiempo que lleva a cabo el análisis de los que fueron sus obligados antecedentes.
Teoría de la novela. (Rubí (Barcelona): Anthropos, 2005). Se establece lo que para él es lo específicamente novelístico; esto es, aquello por lo que una novela es tal novela y no un simple relato. Durante siglos, hasta por los propios novelistas se ha negado a la novela la categoría de obra de arte. El autor de este libro demuestra que, frente a las obras del pasado que poseen valores estéticos innegables pero de índole épica y lírica, además de un altísimo contenido intelectual, más no estrictamente novelísticos, a partir de la primera década del siglo XX propiciada por la cosmovisión producto de la nueva física relativísta y cuántica, se produce una serie de obras que sí alcanzan aquella categoría, iniciando una trayectoria artística ascendente, que a principios del nuevo milenio, corre el riesgo de ser truncada por la que se ha llamado industria cultural, con su vuelta al relato de entretenimiento.
Esta colección de libros en crecimiento incesante necesitó con los años numerosas diligencias para encontrarles digno acomodo. La enconada lucha que el niño Marcelino empezó a sostener con su madre porque ésta veía llenarse de libros muebles destinados a usos caseros, animó a su padre a cederle unos estantes nuevos añadidos a su propia librería. Esto era en 1867, cuando el niño tenía once años. Los estantes se agotaron pronto y en 1872 hubo que adosar dos cuerpos nuevos a esa misma librería. Que al quedar también pequeños, dieron paso en 1877 a una habitación entera acondicionada para biblioteca en el último piso de la casa. Todo quedaba desbordado en poco tiempo y ya no hubo más remedio que salir afuera. En 1884 su padre construyó un pequeño pabellón de una sola planta en el jardín que se extendía delante de la casa hacia el sur. Fue una sorpresa tan grata para él ya sabio bibliófilo que no solo el pabellón sino todo ver en él bien colocados sus libros no le dejó callar su entusiasmo y así escribía a G. Laverde el 10 de enero de 1885: “He instalado ya mi biblioteca en el pabellón de mi casa de Santander. ¡Qué buena colección de libros filosóficos españoles tengo allí!” y también a Laverde en 27 de julio del mismo año: “Ya tengo colocados todos mis libros en la biblioteca que he hecho en el jardín de esta casa, donde hay todo el fresco y todo el reposo necesario para trabajar. Tengo ya cerca de 8.000 volúmenes”.
Pero los libros seguían creciendo por miles y hasta el pabellón independiente quedó pronto atestado. En 1892 fue necesario ampliarlo o más bien hacer uno nuevo, que sería ya el definitivo en vida de Menéndez Pelayo. Constaba este de tres naves oblongadas de este a oeste, la central más alta que las otras dos con la entrada desde el jardín por el norte, lo cual conseguía que la fachada sur, que, debido al desnivel de la calle Gravina, terminaba en una solana en piso alto, con la planta baja destinada a almacén, fuera más secreta y resguardada. Por ello en este fondo último se hallaba como el sagrario de la Biblioteca: el despacho de Menéndez Pelayo en el ángulo sudoeste, y en el ángulo de enfrente los fondos más valiosos.
Edificio sencillo, pero pocos bibliófilos hubieran podido presumir de tener su biblioteca en pabellón amplio y propio separado de la vivienda. Y el pabellón, y sobre todo su contenido, adquirieron fama y renombre, a remolque sin duda del de su propietario. El gran poeta hispanoamericano Rubén Darío, en una de las crónicas que envió al periódico La Nación de Buenos Aires, dando cuenta del libro-homenaje que los eruditos nacionales y extranjeros ofrecieron a Menéndez Pelayo al cumplirse los 20 años de haber ganado la cátedra de la Universidad de Madrid, después de definir a aquel hombre como “el cerebro más sólido de la España de este siglo”, añadía: “Tiene una biblioteca valiosísima allá en Santander donde pasa los veranos”. Era un hecho notorio, digno de memoria e inseparable ya de la biografía de Menéndez Pelayo.
Rodeado así de libros reunidos conscientemente para llevar a cabo su obra de investigación, y con el despacho silencioso en medio de ellos, era lógico que Menéndez Pelayo tuviera una irresistible querencia por este santuario. La paz bucólica que en él se respiraba invitaba al trabajo y despertaba la inspiración, y Menéndez Pelayo cedió a la querencia prolongando a menudo sus estancias en Santander más tiempo de lo que sus obligaciones en la capital consentían. Aquí en este despacho escribió la mayor parte de sus obras, y aquí recibía a los amigos. Si alguna vez su amiga la marquesa de Viluma le regañaba en sus cartas por permitir que le robaran su tiempo precioso los visitantes impertinentes, aunque bien se explica – añadía – porque con tal de que le alaben sus libros y con quienes, eruditos como él, podía solazarse contemplando y describiendo sus riquezas. Algunos de estos amigos, Pedro Sánchez, José Ramón Lomba y Pedraja, nos han dejado sabrosas descripciones de lo que era la Biblioteca en vida de su dueño.
“El edificio – dice José Ramón Lomba y Pedraja en 1906 – consta de tres naves, y la del medio es más ancha, más alta, más clara y más hospitalaria para el visitante estudioso que las otras dos. La luz invade el recinto por vidrieras espléndidas; situadas en lo alto; dos enormes mesas de nogal ocupan el centro; en derredor, sin dejar más hueco que el de las puertas que dan paso a las salas laterales, los estantes suben hasta la bóveda. Los más bajos se sirven desde el suelo; dos escaleras y un balconcillo en cornisa dan acceso a los superiores. La Sala del Sur es el arca del tesoro. Allí están los códices preciosos, los ejemplares rarísimos. En ella al ángulo S.O. del edificio, separado de lo restante por una puerta, está el estudio del Maestro. Le veréis siempre revuelto y en desorden, libros apilados, cuartillas, pruebas de imprenta, cartas, sobres, tarjetas, plumas, partidas, tinteros que se desbordan …¡una leonera inteletual! Tiene su puesto insigne en el mapa literario de España. Salieron de allí los prólogos de “Lope”, los de la “Antología”, la historia de la novela… ¡Chitón! (…). Y esta biblioteca rica y selecta (…) tiene además (y en esto se aventaja infinitamente a sus similares) un alma viva y propia que habita en ella, un demonio interior que la posee”.
Esta colección de libros en crecimiento incesante necesitó con los años numerosas diligencias para encontrarles digno acomodo. La enconada lucha que el niño Marcelino empezó a sostener con su madre porque ésta veía llenarse de libros muebles destinados a usos caseros, animó a su padre a cederle unos estantes nuevos añadidos a su propia librería. Esto era en 1867, cuando el niño tenía once años. Los estantes se agotaron pronto y en 1872 hubo que adosar dos cuerpos nuevos a esa misma librería. Que al quedar también pequeños, dieron paso en 1877 a una habitación entera acondicionada para biblioteca en el último piso de la casa. Todo quedaba desbordado en poco tiempo y ya no hubo más remedio que salir afuera. En 1884 su padre construyó un pequeño pabellón de una sola planta en el jardín que se extendía delante de la casa hacia el sur. Fue una sorpresa tan grata para él ya sabio bibliófilo que no solo el pabellón sino todo ver en él bien colocados sus libros no le dejó callar su entusiasmo y así escribía a G. Laverde el 10 de enero de 1885: “He instalado ya mi biblioteca en el pabellón de mi casa de Santander. ¡Qué buena colección de libros filosóficos españoles tengo allí!” y también a Laverde en 27 de julio del mismo año: “Ya tengo colocados todos mis libros en la biblioteca que he hecho en el jardín de esta casa, donde hay todo el fresco y todo el reposo necesario para trabajar. Tengo ya cerca de 8.000 volúmenes”.
Pero los libros seguían creciendo por miles y hasta el pabellón independiente quedó pronto atestado. En 1892 fue necesario ampliarlo o más bien hacer uno nuevo, que sería ya el definitivo en vida de Menéndez Pelayo. Constaba este de tres naves oblongadas de este a oeste, la central más alta que las otras dos con la entrada desde el jardín por el norte, lo cual conseguía que la fachada sur, que, debido al desnivel de la calle Gravina, terminaba en una solana en piso alto, con la planta baja destinada a almacén, fuera más secreta y resguardada. Por ello en este fondo último se hallaba como el sagrario de la Biblioteca: el despacho de Menéndez Pelayo en el ángulo sudoeste, y en el ángulo de enfrente los fondos más valiosos.
Edificio sencillo, pero pocos bibliófilos hubieran podido presumir de tener su biblioteca en pabellón amplio y propio separado de la vivienda. Y el pabellón, y sobre todo su contenido, adquirieron fama y renombre, a remolque sin duda del de su propietario. El gran poeta hispanoamericano Rubén Darío, en una de las crónicas que envió al periódico La Nación de Buenos Aires, dando cuenta del libro-homenaje que los eruditos nacionales y extranjeros ofrecieron a Menéndez Pelayo al cumplirse los 20 años de haber ganado la cátedra de la Universidad de Madrid, después de definir a aquel hombre como “el cerebro más sólido de la España de este siglo”, añadía: “Tiene una biblioteca valiosísima allá en Santander donde pasa los veranos”. Era un hecho notorio, digno de memoria e inseparable ya de la biografía de Menéndez Pelayo.
Rodeado así de libros reunidos conscientemente para llevar a cabo su obra de investigación, y con el despacho silencioso en medio de ellos, era lógico que Menéndez Pelayo tuviera una irresistible querencia por este santuario. La paz bucólica que en él se respiraba invitaba al trabajo y despertaba la inspiración, y Menéndez Pelayo cedió a la querencia prolongando a menudo sus estancias en Santander más tiempo de lo que sus obligaciones en la capital consentían. Aquí en este despacho escribió la mayor parte de sus obras, y aquí recibía a los amigos. Si alguna vez su amiga la marquesa de Viluma le regañaba en sus cartas por permitir que le robaran su tiempo precioso los visitantes impertinentes, aunque bien se explica – añadía – porque con tal de que le alaben sus libros y con quienes, eruditos como él, podía solazarse contemplando y describiendo sus riquezas. Algunos de estos amigos, Pedro Sánchez, José Ramón Lomba y Pedraja, nos han dejado sabrosas descripciones de lo que era la Biblioteca en vida de su dueño.
“El edificio – dice José Ramón Lomba y Pedraja en 1906 – consta de tres naves, y la del medio es más ancha, más alta, más clara y más hospitalaria para el visitante estudioso que las otras dos. La luz invade el recinto por vidrieras espléndidas; situadas en lo alto; dos enormes mesas de nogal ocupan el centro; en derredor, sin dejar más hueco que el de las puertas que dan paso a las salas laterales, los estantes suben hasta la bóveda. Los más bajos se sirven desde el suelo; dos escaleras y un balconcillo en cornisa dan acceso a los superiores. La Sala del Sur es el arca del tesoro. Allí están los códices preciosos, los ejemplares rarísimos. En ella al ángulo S.O. del edificio, separado de lo restante por una puerta, está el estudio del Maestro. Le veréis siempre revuelto y en desorden, libros apilados, cuartillas, pruebas de imprenta, cartas, sobres, tarjetas, plumas, partidas, tinteros que se desbordan …¡una leonera inteletual! Tiene su puesto insigne en el mapa literario de España. Salieron de allí los prólogos de “Lope”, los de la “Antología”, la historia de la novela… ¡Chitón! (…). Y esta biblioteca rica y selecta (…) tiene además (y en esto se aventaja infinitamente a sus similares) un alma viva y propia que habita en ella, un demonio interior que la posee”.
La historia del Museo y de la Biblioteca de Alejandría realmente debería haber acabado en el año 30 a.C. con la muerte de Cleopatra y el final del reino de los Tolomeos, incorporado al naciente Imperio Romano. Fueron ellos los que los crearon y sostuvieron por interés cultural y por razones políticas. Se trataba de conseguir el reconocimiento del carácter helénico del reino egipcio, que tenia una personalidad histórica y cultural muy acusada, y de ocupar, dentro del mundo de las letras griegas naturalmente, un puesto de primera fila, paralelo al que deseaban tener en política internacional. El que los reyes y las reinas fueran o terminaran, en general, siendo grandes aficionados a las letras, es algo más que una consecuencia natural de la existencia de una gran colección de libros y de la personalidad y fama de los poetas, filólogos y científicos que vivieron en el Museo. Es un determinante de la monarquía tolemaica.
La pervivencia de ambas instituciones hasta el siglo IV d.C., atravesando las peripecias naturales de un período tan largo, en el que se produjeron graves incidentes en la ciudad, cuyos habitantes, siempre fueron proclives a las revueltas callejeras, y que no volvió a ser ni la residencia de una corte rica ni la capital de un estado independiente, solo se puede explicar por el prestigio cultural de que gozaron. Los romanos las admiraron como monumentos tan increíbles como las pirámides.
Pero, por su estrecha relación con la dinastía, es explicable que se creyera la leyenda de la destrucción de la Biblioteca en los últimos años de la existencia del reino. Se trata del posible incendio de la Biblioteca y de la quema de algunos o la mayoría de los libros en la llamada Guerra de Alejandría, durante el ataque del general egipcio Aquila contra César, que se había hecho fuerte con escasas tropas en los recintos del palacio. El general romano ordenó incendiar unos barcos que había en el puerto para evitar que cayeran en manos de los egipcios, que, de adueñarse de ellos, cortarían la comunicación con el exterior y la posibilidad de recibir refuerzos. El incendio, avivado por un fuerte viento, podría haber alcanzado a algunas instalaciones de tierra, quemando libros depositados en el puerto, e incluso haberse extendido a la Biblioteca.
César en la Guerra Civil habla de la quema de los barcos, pero no hace la menor alusión a la destrucción de la Biblioteca o de los libros. Tampoco menciona el incendio de los libros de la biblioteca La Guerra de Alejandría, escrita probablemente por Hircio, amigo de César, como continuación de la obra anterior, aunque dice que César ordenó derribar unos edificios fronteros al palacio para dejar un espacio libre entre éste y el resto de la ciudad en poder de los enemigos.
Tampoco hace mención del incendio de la Biblioteca ninguna de las obras conservadas de Cicerón, contemporáneo del acontecimiento, y resulta raro que no le arrancara ningún comentario un hecho de tal magnitud como la desaparición de la Biblioteca más importante, con mucho, creada por el hombre, donde estaba recogida la casi totalidad de la cultura griega, tan admirada por él.
También sorprende que Estrabón, que vivió en Alejandría a los pocos lustros de estos hechos, y que debió de trabajar en la propia Biblioteca recogiendo materiales para su obra, no haga ninguna referencia a su incendio o a la destrucción de una gran cantidad de librasen su detallada descripción de Alejandría y del Museo. Tampoco se menciona nada de esto en La Farsalia de Lucano, 39-65 d.C., donde se hace una impresionante descripción poética del incendio, que saltó, desde los barcos, a causa del viento, a las casas próximas y cuyas llamaradas brincaban por encima de los tejados como estrellas fugaces sin encontrar materia combustible.
La primera noticia conservada de la quema de los libros como consecuencia de la acción militar aparece en Séneca, muerto en el año 65 d.C., en De tranquillitate animi, <<Cuarenta mil libros ardieron en Alejandría>> y añade <<Alaben otros llamándole hermosísimo monumento de regia opulencia, como hace Tito Livio, al manifestar que fue el fruto egregio del interés, cura, y buen gusto, elegantia, de los reyes. No hubo ni buen gusto ni tal interés, sino desmedida afición a los estudios, incluso ni afición a los estudios, siquiera porque la Biblioteca se formó no para que la gente aprendiera, si no para deslumbrarla>>.
Más que un claro monumento histórico es una cita incidental malhumorada. La intención del filósofo no era testimoniar el incendio, sino mostrar su desprecio por la afición desmedida de algunos contemporáneos suyos a poseer muchos libros que luego no leían. Los libros en aquellos tiempos, como ha sucedido en varias circunstancias históricas y sucede en nuestros días, daban a sus dueños un orgulloso sentimiento de superioridad proporcionado por su simple posesión. Para el propósito de Séneca, la acción de los Tolomeos, que habían reunido tal cantidad de libros, era elocuente y mucho más si podía sugerirse que su vanidoso esfuerzo encontró la justa recompensa, acabar en cenizas.
La primera noticia completa del incendio total de la Biblioteca se encuentra en Plutarco, 46-120 d.C., que escribe siglo y medio después y afirma Vida de César, que el incendio, se <<propagó de las naves a la célebre Biblioteca y la consumió>>. La noticia parece completada en la biografía de Antonio, al dar cuenta de la denuncia formulada en el Senado por Octavio contra Antonio. Calvisio, amigo del primero, en la enumeración de los delitos de Antonio por sus amores con Cleopatra, denuncia que << había donado a Cleopatra las bibliotecas de Pérgamo, en la que había doscientos mil volúmenes distintos>>.
Plutarco fue hombre de mucha lectura y frecuentador de bibliotecas. Por ello en su obra cita a más de doscientos autores; pero lamentablemente no indica en cuál se ha basado para afirmar la destrucción de la Biblioteca. Es presumible que las citas de las dos biografías guarden alguna relación, es decir, procedan de una misma fuente, una tradición contraria a Antonio, al que se achaca el traslado de la Biblioteca de Pérgamo, que transformó una vaga noticia de rollos ardiendo en el muelle, en el incendio de la gran Biblioteca de la Antigüedad.
Suetonio, 70-160, no menciona el incendio en su Vida de César, aunque la explicación puede estar en que la noticia de la guerra de Alejandría es muy corta, como tampoco lo menciona otro escritor posterior, griego nacido en Egipto, que escribía a principios del siglo tercero, Ateneo. Lector avidísimo, cita en el Banquete de los sofistas, más de un millar de libros e infinitas anécdotas y curiosidades, algunas de ellas referidas a la Biblioteca y al Museo.
Como el papiro era exportado a Roma en grandes cantidades, no tendría nada de particular que hubiera ardido en los muelles un cargamento de rollos en blanco, que el rumor convirtió con el tiempo en los fondos de la Biblioteca de Alejandría.
Aulo Gelio, c. 123-168, autor que merece poca fe porque gustaba de narrar historias de muy dudosa autenticidad, cuando no son totalmente falsas, en sus Noches Áticas, dice <<Más tarde una enorme cantidad de libros, cerca de 700.000 volúmenes, fueron adquiridos o copiados en Egipto bajo los reyes llamados Tolomeos. Pero todos ellos fueron quemados durante el saqueo de la ciudad en la Primera Guerra de Alejandría, no de manera intencionada o por orden de alguien, sino accidentalmente por los soldados auxiliares.
Dion Casio, c. 160-235, en su Historia de Roma, describe con detalle la lucha entre Aquila y César y dice que muchos lugares fueron incendiados, y como consecuencia, ardieron almacenes de grano y de libros excelentes y en gran número.
Amiano Marcelino, final del siglo cuarto, en su Historia de Roma, refiriéndose al Serapeo, dice que en él hubo bibliotecas de enorme valor, y antiguos documentos afirman que 70.000 volúmenes, que habían sido reunidos por el gran interés de los Tolomeos, fueron quemados en la guerra de Alejandría cuando la ciudad fue saqueada, en tiempos del dictador César.
Finalmente el español Osorio, escribiendo ya en el siglo quinto, en su Historia adversus paganos afirma que ardieron 40.000 libros que accidentalmente, forte, estaban en los edificios próximos a la costa. El adverbio forte ha llevado a la sospecha de que libros de la Biblioteca habían sido almacenados en el puerto porque César tenía el propósito de embarcarlos para Roma como trofeo.
Resumiendo, es seguro que el incendio no afectó ni al palacio ni a los edificios que ocupaban el Museo y la Biblioteca y es probable que tampoco a los libros de ésta y que, si ardieron algunos rollos en el puerto, serían rollos en blanco preparados para la exportación.
La Biblioteca y el Museo remontaron esta posible crisis. Plutarco y Dion Casio los visitaron a finales del siglo I y Luciano y Galeno, ya dentro del siglo segundo. Ambas instituciones siguieron vivas pues el puesto de los reyes como protectores pasaron a ocuparlo los emperadores, y esta protección se mantuvo al menos durante los dos primeros siglos, y por ejemplo, la de Adriano fue extremadamente generosa. Sin embargo, es de suponer que la ayuda económica para el sostenimiento de la colección bibliográfica o para la adquisición de novedades, a la larga disminuyera.
Otro grave incidente que pudo afectar a la Biblioteca fue la rebelión, segunda década el siglo segundo, de los judíos contra Trajano, que originó y fue sofocada con gran violencia. Más graves, y de mayores consecuencias, fueron las luchas que se produjeron en la segunda mitad del siglo tercero, cuando, además, la situación económica del Imperio había empeorado y el interés de los emperadores, agobiados por graves problemas políticos y militares, disminuido.
En tiempos del emperador Galieno, 265 d.C., el prefecto de Egipto, L. Mussio Emiliano, se proclamó emperador y cortó el envío de víveres a Roma. Teodoro, general de Galieno, se apoderó violentamente de la ciudad, que quedó gravemente dañada. Poco después entraban en ella la tropa de Zenobia, reina de Palmira, cuyo marido Odonato, había creado un poderoso reino que detuvo el avance del naciente imperio Sasánida, y así se ganó el respeto de Galieno, que le colmó de honores. Valeriano, el sucesor de Galieno, acabó con el reino de Palmira, y según Amiano Marcelino, al recuperar Alejandría, la arrasó, quedando destruido gran parte del barrio Bruquión, el principal de la ciudad y donde estaba la Biblioteca, 272 d.C.
Es probable que la gran destrucción del barrio de Bruquión, que pudo afectar al edificio y a los libros de la Biblioteca, no se produjera en tiempos de Valeriano sino un cuarto de siglo después, en el año 296 durante una nueva conquista de la ciudad sublevada que llevó a cabo personalmente Diocleciano después de un duro asedio de ocho meses.
El cuarto fue un mal siglo para la Biblioteca por el triunfo de Constantino, que trasladó la capital a la vieja Bizancio y nueva Constantinopla y reconoció y protegió al cristianismo. Roma, capital del Imperio, no había ensombrecido el rango de Alejandría dentro del mundo helénico. Constantinopla era una poderosa rival por estar dentro de él. La Biblioteca y el Museo fueron instituciones creadas al servicio de la cultura clásica pagana y su continuación no resultaba fácil bajo la dependencia de un régimen político que la perseguía.
Por otro lado, el cristianismo fue para el pueblo egipcio, que se sentía sojuzgado por los griegos detentadores del poder, un cauce de sus sentimientos nacionalistas, y de ahí que se creara un alfabeto especial, bien es verdad que a base de añadir seis letras al griego, para difundir en la lengua nacional, el copto, los evangelios y una abundante literatura religiosa sobre temas teológicos y litúrgicos. El pueblo egipcio dejó de sentir como propios el Museo y la Biblioteca por su doble carácter helénico y pagano.
El fanatismo y la violencia en los sentimientos religiosos, no fueron exclusivos de los hombres del pueblo, entre los cuales proliferaron monjes siempre dispuestos a las algaradas callejeras y anacoretas entregados en el desierto a una vida de renunciación y exaltación combatiendo las tentaciones y los espíritus malignos.
También alcanzaron a las altas dignidades, como a Atanasio, que ocupó la sede de Alejandría durante el segundo y tercer cuarto de siglo y cuya defensa del catolicismo, frente a los emperadores que favorecían el arrianismo, le valió persecuciones y repetidos destierros, o a Teófilo, que rigió la sede entre 385 y 415 y se distinguió por su polémica y sus intrigas contra Juan Crisóstomo, obispo de la propia Constantinopla, cuyo destierro consiguió.
El comienzo de su mandato coincide con el reinado de Teodosio, 375-395, el primero de los emperadores que no quiso tomar el título pagano de pontífice máximo y que se empeñó en acabar con la herejía y con el paganismo. Teófilo consiguió que el emperador le autorizara la destrucción del Serapeo, 391, el gran templo pagano que era la esencia misma de la monarquía tolemaica. Es probable que entonces se produjera el cierre del Museo y de la Biblioteca, pues Teodosio no iba a permitir que fuera sostenida con fondos oficiales una institución esencialmente pagana. Según la Suda, enciclopedia compuesta en Bizancio a finales del siglo X, el último huésped del Museo fue el matemático Teón, que vivió en la segunda mitad del siglo cuarto.
La desapareción del Museo y de la Biblioteca no supone necesariamente la de las colecciones de libros que hubieran podido salvarse de las intervenciones militares de la segunda parte del siglo tercero. Por lo que atañe a la segunda biblioteca, la del Serapeo, hay que tener en cuenta que Teófilo, hombre muy culto y degustador de los escritos clásicos, que tomó la iniciativa de destruir el templo y los elementos de culto, no pudo dar el mismo trato a los libros. Es de suponer que los que pertenecían al Serapeo fueran trasladados a lugar seguro o que sencillamente la destrucción no afectara al edificio o instalaciones de la biblioteca del templo.
A pesar de que fueron destruidos los templos paganos y perseguidos el culto de los dioses, no lo fueron las personas. El caso de la bella Hipatia es una excepción. Hija del citado Teón, fue una de las inteligencias más sobresalientes de su tiempo. Profesaba ideas platónicas, fue buena matemática, como su padre, y sus clases gozaron de justa fama. A ellas concurrió Sinesio de Cirene, quien, no obstante haberse educado en la tradición clásica, terminó de obispo de Tolemaida por recomendación de Teófilo, su amigo. La amistad de Hipatia con Orestes, prefecto de Alejandría, que había chocado con Cirilo, sobrino y sucesor de Teófilo, la hizo impopular entre los exaltados partidarios de éste y le costó la vida, 415. Fue sacada de su coche en plena calle y arrastrada por el suelo hasta una iglesia próxima donde murió a causa de los golpes recibidos. Para los nacionalistas cristianos este asesinato significó la muerte de la idolatría pagada.
El propio Cirilo, solo con éxito parcial, intentó acabar con los estudios de filosofía que se impartían en una escuela superior o universidad, pues en la segunda mitad de este siglo quinto, Horapollon, autor de una obra sobre Alejandría y otra sobre jeroglíficos, confiesa, en un papiro conservado en El Cairo, que seguía entregado a la enseñanza de la filosofía en una escuela universitaria que él dirigía, continuando una larga tradición familiar.
En un ambiente tan poco propicio y peligroso no tardaron en desaparecer los estudios clásicos, como sucedió en Grecia, pero aquí el fanatismo de los religiosos egipcios llevó a la esterilidad intelectual. La misma suerte irían corriendo los rollos de papiro. No había dinero para reponer los gastados por el uso o maltratados por los años, ni para adquirir nuevas obras.
Por ello es absurdo pensar que la Biblioteca pervivió hasta la conquista musulmana y que el general Amrú, el conquistador del país, procedió a la destrucción y a la quema de los libros, según una fantástica leyenda. La narra con lujo de detalles, Alí ibn al-Kiftí, 1172-1248, egipcio de origen árabe y autor de varios libros de erudición, entre ellos Tarij al-Hukama, donde cuenta que un jacobita llamado Yahya, obispo de Alejandría pidió permiso a Amrú para utilizar los libros de la famosa Biblioteca, que estaban incautados y a nadie aprovechaban. El general no se atrevió a dar la autorización sin el previo conocimiento del califa Omar, al que le consultó el caso. La contestación fue que si el contenido estaba de acuerdo con la doctrina del Corán, eran inútiles, y si tenían algo en contra, debían destruirse. Así que Amrú los distribuyó entre las numerosas casas de baño y eran tantos que éstas tuvieron combustible para seis meses.
La leyenda muy bien pudo nacer, por un lado, de la gran impresión y desconfianza que en los analfabetos árabes, recién salidos del desierto, debieron de causar los numerosos rollos de papiro y los códices que encontraron en abundancia con textos documentales, literarios, religiosos y científicos; por otro, de la necesidad de explicar la desaparición de la biblioteca, cuya existencia se conoció más tarde en el mundo musulmán cuando se tradujeron las obras de los grandes filósofos y científicos griegos al árabe.
La Biblioteca de Menéndez Pelayo es la obra de un hombre excepcional que amó a los libros por encima de todas las cosas terrenas. Tanto los amó que bien podría decirse de él que al nacer traía no un pan, sino un libro en la mano. De Marcelino Menéndez Pelayo dice su hermano Enrique, el más cercano testigo de esta estupenda bibliofilia congénita, que amaba a Dios sobre todas las cosas y al libro como a sí mismo, que en cada libro veía un prójimo al que había que cuidar y vestir con una sólida encuadernación y con más atención que a sí mismo.
Quien con tal pasión nació no hizo otra cosa en su existencia que vivir de los libros, con los libros y para los libros, naturalmente dentro del ámbito de sus materias preferidas. “Vivir entre libros es y ha sido siempre mi mayor alegría”.
Si ya antes de saber leer repetía con prodigiosa memoria las historias que le leía su tía Perpetua en casa, en cuanto tuvo uso de razón y aprendió las letras se dio a reunir libros y a constituir su conjunto en biblioteca haciendo cuidadoso inventario de ellos. En una vitrina situada junto a la puerta norte de la Biblioteca se muestra, juntamente con las portadas de los libros, la copia de una hoja de cuaderno en la que el niño Marcelino anotó la “Relación de libros que han entrado en esta librería en el año 1868”, es decir, cuando tenía 12 años. Son 20 obras en 34 volúmenes, entre los que no hay cuentos infantiles, sino títulos serios y que indican ya claramente cuál iba a ser la orientación futura de sus gustos.
Pueden verse entre otros: “1º Bousset – Discurso sobre la Historia Universal. Dos tomos. Regalo de don Juan Pelayo. – 4º Larousse – Flores Latinae. Edición de lujo. Un tomo. Regalo de don Francisco Ganuza – 6º Fenelón. Traité de l’existence de Dieu. Un tomo regalo de Don Marcelino Menéndez. – 9º Balmes – El criterio. Un tomo. Diez reales. 15. Hermosilla. – Arte de hablar en prosa y verso. Dos tomos. Premio. 20º Catulli, Tribulli et Propertii Opera Omnia. Un tomo. Regalo de don José Posada Herrera.
Desde entonces ya no descansó su pasión bibliófila. Como se describe en las biografías de este monstruo del saber, los pasos de su vida, desde sus años más tempranos, llevan atado, con una suerte de séquito necesario o connatural, el equipaje de los últimos libros adquiridos que viaja con él, o es remitido por correo, si se trata de grandes cajas, hasta su casa de Santander.
Una curiosidad desearía el lector ver aquí satisfecha: cómo fueron llegando los libros a manos de Menéndez Pelayo. No es posible rastrear en todos esta peripecia, pero hay algunas anécdotas que, como botón de muestra, pueden ilustrar la historia de la colección. Como se ha visto, el primer inventario indica el origen de cada libro. Hay alguno recibido como premio escolar, alguno comprado, pero, como es natural en esta primera época abundan los de regalo, siendo como era notorio que sus regalos preferidos tenían que ser libros. Entre éstos está el ejemplar latino de las obras de Catulo, Tibulo y Propercio. Aquel verano de 1868, como cuenta su hermano Enrique en sus Memorias de uno a quien no sucedió nada, D. Tomás Agüero, amigo de la familia había llevado al niño Marcelino a visitar al político asturiano D. José Posada Herrera, que veraneaba en Miengo, cerca de Santander. Durante la conversación de los mayores, el niño se había dedicado a no jugar, sino a recorrer con avaricia los estantes de la biblioteca del ilustre personaje, y éste, al despedirle, viendo cuál era su afición, le dijo que eligiera uno de los libros, el que más le gustara. Eligió ése, en el que seguramente se entrenó en el arte de la versificación latina que más tarde ejecutaría con rara destreza.
Saltando etapas por perseguir anécdotas de libros regalados, más tarde, en 1878, a enriquecer su ya para entonces numeroso fondo de clásicos griegos y latinos vino la notable Biblioteca Griega de Firmin Didot que le regalaron sus amigos y admiradores de Santander. Menéndez Pelayo acababa de ganar brillantemente la Cátedra de Historia Crítica de Literatura Española en la Universidad Central a sus 22 años, después que por tratarse de él, se hubiese incluso reformado la ley que no permitía presentarse a oposiciones de cátedras universitarias a menores de 25 años, y los amigos de Santander no encontraron mejor forma de agasajarle. La elocuente dedicatoria latina, redactada por Amós de Escalante, quedó con las firmas de todos, para la posterioridad en el tomo correspondiente a las obras de Homero.
Con una colección tan famosa y como gemela de ésta, la de los clásicos de Valpy, hubiera deseado él que le obsequiaran sus paisanos más que con las insignias de la Gran Cruz de Alfonso XII, para regalarle las cuales a él y a Pereda se estaba haciendo una suscripción popular. “Veo con gusto cuánto va subiendo la suscripción popular con que a Pereda y a mí nos honran los paisanos dispersos por el mundo” – escribía a Enrique en 21 de marzo de 1903 – ¡Lástima que en vez de estas insignias, que no he de poner jamás, no se hiciesen algún regalo parecido al de la Biblioteca Griega! Precisamente ahora tiene Quaritch el de Londres una colección análoga de latinos.
No siempre la gente, cuando quiere agasajar a un sabio, le pregunta ante cuáles son sus gustos. Pero él se las arregló para “hincarle el diente” sin tardar mucho, como se deduce de lo que le escribe Enrique el 17 de junio de aquel mismo año: “Vemos…que sigues bien y deseando abrazarnos…así como a los clásicos latinos (…) ¡Bonito ejemplar el de Londres!, aunque bien creo que te habrá costado uno y la yema de otro como dicen los mal hablados”.
Fue contemplando esta bella colección recién llegada, al lado de otros libros de más modesta apariencia, cuando a su hermano Enrique, que le instaba a comprarse ropa nueva, dijo aquella frase tan repetida: “Sí, si, que tengo que comprarme unos zapatos, que tengo que hacerme otro traje. ¡Bien, muy bien; y luego al lado de estos libros tan preciosos, todos éstos sin encuadernar!
Una de las joyas de la Biblioteca es el incunable que contiene las Enneadas de Plotino en traducción latina. Joya no sólo por ser incunable, impreso en 1492 en Florencia por Antonio Miscomino a expensas de Lorenzo el Magnífico como reza el colofón, sino porque es un ejemplar de 442 folios todos ellos en finísima vitela, material inconcebible en un volumen de tal calibre a no ser que pensemos en la munificencia de Lorenzo el Magnífico y en su propósito de regalarlo a algún personaje insigne de la época. En el inventario de Isabel la Católica figura un Plotino, y es prácticamente seguro que se tratara de éste, que entonces tendría una encuadernación consonante y enjoyada, botín que sería sin duda del ladrón, lo suficientemente ignorante después de todo para despreciar lo que más valía. Pues bien, este soberbio infolio, de valor hoy incalculable llegó a manos de Menéndez Pelayo de la manera más sencilla. Un servidor del santanderino Néstor López-Dóriga, quien lo había adquirido en una librería de viaje de Madrid, vino con él envuelto en papel de periódico a consultar el sabio “si valía para algo”. Y como éste lo estrechara entre sus brazos y no dejara al servidor que regresara con él a su casa “por si se le caía”, el emisario volvió poco después con la mejor noticia: “Mi señor tiene en gran honor regalárselo a usted”.
Obsequios de libros hubo a lo largo de su vida muchos más principalmente de sus autores que al regalarlos los enriquecían con elocuentes dedicatorias, sobre todo desde que la fama del sabio lo convirtió en un honor para el donante que su libro figurara en la Biblioteca de Menéndez Pelayo. Pero la mayor parte los compró él mismo en librerías corrientes o de viejo o en subastas, buscando siempre lo que le interesaba y gastando en ello todo su dinero, que por cierto nunca fue mucho. Poco era, por supuesto, en su época de estudiante en la Universidad de Barcelona primero y en la de Madrid después, pero ya en esa época, como dicen las cartas a sus padres, no pocas cajas repletas de libros viajaban frecuentemente a Santander. Cuando, terminada su carrera con 19 años, tan temprana edad no le permitía hacer oposiciones a una plaza de bibliotecario, que era su único anhelo, el Ayuntamiento y la Diputación de Santander le dieron una pensión de 24.000 reales para completar su formación en el extranjero. Buena ocasión para rebuscar por librerías de Europa y comprar con todo el dinero que su sobriedad ahorraba importantes colecciones, como escribía, por ejemplo, a G. Laverde desde Roma en 28 de febrero de 1874: “He comprado aquí buen número de libros” y como recordaría más tarde, el 30 de diciembre de 1906, cuando el pueblo de Santander le ofreció a su biblioteca un homenaje de desagravio por no haber sido nombrado Director de la Real Academia Española: “Esta obra de mi paciente esfuerzo…acaso no existiría si no hubiese tenido por primer fondo los libros que comencé a reunir por tierras extrañas cuando la protección del Ayuntamiento y de la Diputación me proporcionó los medios de completar en otras escuelas de Europa mi educación universitaria”.
Si fueron muchos los libros que allegó en estos viajes, hubo uno que no pudo adquirir entonces. Era el famoso Antoniana Margarita del que en La Ciencia Española afirmaría, parodiando a Escalígero, “que en más estimaría poseer un ejemplar que ser rey de Celtiberia”. Sin embargo, en la antigua biblioteca del convento de Jesús, entonces ya de la Academia de Ciencias de Lisboa, tomó muchas notas y hasta un extracto de este famoso libro, que tanto le atraía. Es una importante obra filosófica cuyo pintoresco título se debe a que su autor quiso recordar con él los nombres de sus padres, Antonio y Margarita. Pero no tardó en encontrar un ejemplar de la primera y rarísima edición bellísima impresa por Guillermo de Millis en Medina del Campo en 1554, que probablemente adquirió en mayo de 1887, ya que en carta de 3 de ese mismo mes le daba la pista su amigo el bibliófilo D. Fernando Fernández de Velasco, señor del palacio de Soñares en Villacarriedo: “Su precio, dos libras y 16 chelines que traducido al romance vale tanto como catorce durandartes, que me parece precio razonable y hasta moderado para libro tan poco común y tan adornado de cascabeles y campanillas como este ejemplar. Si a Vd. le hace buen juego, pídale por telégrafo al judío Quaritch, que es dichoso propietario de éste y otros inverosímiles libracos. Con esto queda al propio tiempo demostrado que yo me acuerdo de V. y que V. se pasa la vida entre las Musas del Parnaso y otras musas que yo me sé, sin dársele una higa por todo lo demás del mundo…”
Su hermano Enrique se encargó, al regresar en 1866 de sus estudios en Madrid, de ser el bibliotecario particular de Marcelino, de velar por los libros durante sus estancias en Madrid y de ir haciendo el inventario. El epistolario de los dos hermanos es una fuente constante de noticias sobre la biblioteca y los libros. Esta es siempre la primera preocupación de Marcelino, y Enrique le tiene al día puntualmente de todas las incidencias o le consulta sobre la forma de hacer la catalogación y clasificación. Estas confidencias manifiestan las angustias de un bibliófilo por los peligros que acechan a los libros. Ante el riesgo de la humedad que se había declarado en una parte del edificio, Marcelino escribe a Enrique en 14 de marzo de 1893: “No me haría gracia que fueran víctimas de ellas libros de trabajo tan importantes como los Anales de Zurita, y preciosidades bibliográficas como la Crónica catalana de Carbonell que me costó 40 duros, cuando tenía todavía menos dinero que ahora, o Las cuatro partes de la crónica general de España de Don Alfonso el Sabio, que me costaron 25 duros…Los que no sois bibliófilos no comprenderéis las angustias que padece el verdadero aficionado cuando ve mezcladas estas joyas con estos libros que el vulgo puede comprar en cualquier librería por tres o cuatro duros”. Las cartas nos atestiguan también que la pesquisa del bibliófilo no se daba tregua y aprovechaba cualquier coyuntura. En Valencia “ha habido supuesto hallazgos bibliográficos, entre ellos una rarísima novela del siglo XVII, un tomo de entremeses desconocidos, y una Biblia judía de Ámsterdam, de primer orden”. Nos revelan que, como un padre el nombre de sus hijos, el sabio tenía en la memoria el de sus libros. Cuando Enrique le dice que Dámaso Ferrer le ha enviado de México un libro raro y le transcribe el título y el colofón, Marcelino le contesta en 29 de mayo de 1910: “El libro que regala Dámaso es realmente raro. Le tengo, pero se me figura que es distinta edición y más completa que ésa. Allá veremos”. Nos confirma que las cajas de libros eran una mercancía continua hacia Santander. “Tengo para ti un libro que me ha dado Pérez Guzmán y que te mandaré por correo, si quieres, o en la primera caja que vaya”. Nos hablan en fin de los celos de un buen bibliófilo que no perdonaba ni a la personalidad más ilustre y que se repetirían como orden en el testamento: “Te suplico – le dice refiriéndose a un tomo de La España Sagrada del P. Flórez que Enrique se vio obligado a prestar – que no prestes el libro ni al Sr. Obispo ni a nadie. Sería para mi grave disgusto el ver descabalada aunque fuese temporalmente, una obra que para mí es de diaria consulta, y que en el estado de integridad en que yo tengo mi ejemplar, vale más de 50 duros. ¡Nada de préstamo de libros, por Dios, y sobre todo nada de préstamos de tomos sueltos! Así se hacen polvo las mejores bibliotecas”.
Ingresos de su trabajo personal, siempre naturalmente para invertirlos en libros, empezó a tener Menéndez Pelayo ya desde 1878, cuando a los 22 años ganó la Cátedra de Historia Crítica de la Literatura Española de la Universidad Central de Madrid. Más tarde, miembro de la Academia Española, en la que ingresó en 1881 a los veinticinco años, director de la Biblioteca Nacional desde 1898, estos ingresos, más los de derechos de autor por la venta de sus crecientes y famosas publicaciones, por conferencias u otros conceptos, aumentaron las posibilidades, aunque nunca más de lo que puede esperarse del trabajo y de un trabajo intelectual, sobre todo en aquella época, y permitieron que el acopio incesante de libros para su colección alcanzara el final de su vida la increíble cifra de 42.000 volúmenes.
Se dice que, cuando la muerte llamaba a su puerta, Menéndez Pelayo exclamó: “¡Qué lástima tener que morir cuando me queda tanto por leer!”. Esta frase está esculpida en el libro abierto que con la cruz y su mano aprieta el Menéndez Pelayo yaciente en el monumento funerario de la Catedral de Santander, obra de Victorio Macho. Parece que no dijo “por leer”, sino “por hacer”, aunque en un hombre identificado con los libros y la bibliografía viene a ser lo mismo. Si la muerte no le hubiera sorprendido en edad temprana – el 19 de mayo de 1912 tenía Menéndez Pelayo 56 años – su biblioteca hubiera sido aún más voluminosa y más rica. Aún así es una colección asombrosa y milagro parece, como si el dinero se multiplicara en sus manos, que con sus siempre escasos recursos pudiera llegar a tanto.
Bien es verdad que entonces el libro viejo y raro no alcanzaba los precios desorbitados que tiene ahora. Y fue el mismo Menéndez Pelayo, el mejor conocedor de su tiempo de la bibliografía nacional, que con sus estudios y trabajos más contribuyó a levantar de la postración el valor de los libros españoles. Por lo menos en esto pudo sacar justo partido de su ciencia. El resultado es en verdad una obra como para vanagloriarse de ella. Por su obra escrita Menéndez Pelayo es uno de los monstruos que ha dado la tierra española. Pues bien, siendo esto así, admirable resulta, teniendo ante la vista los 66 gruesos y densos volúmenes que en la Edición Nacional ocupan sus obras completas, escuchar de sus propios labios anteponer a ese inmenso caudal de ciencia su biblioteca: “Única obra mía de la que estoy medianamente satisfecho”, afirmó en el discurso citado que pronunció en la Biblioteca ante el pueblo de Santander.
Desde 1993 la Fundación Juan March conserva la biblioteca personal del escritor argentino Julio Cortázar (1914-1984) gracias a la donación de su viuda, Aurora Bernárdez. La obra literaria de Julio Cortázar continúa suscitando el interés de estudiosos y admiradores. Su obra se traduce a nuevas lenguas y sus novelas se reeditan una y otra vez. Cortázar, como escritor y como intelectual, sigue vigente.
Desde la Biblioteca Española de Música y Teatro Contemporáneos de la Fundación donde se conserva su colección, se observa diariamente el afán de sus lectores por conocer más al autor de Rayuela, de los cuentos, del creador de las Historias de Cronopios y de Famas. Son muchas las personas que aprovechan una escala en Madrid para acercarse a Cortázar con el deseo de visitar y revisar su biblioteca.
Como homenaje al escritor y cumplir el deseo de los seguidores de su obra, la Biblioteca de la Fundación ha generado una visita digital a los libros que formaban su biblioteca en el momento de su fallecimiento, el 12 de febrero de 1984, en el piso de la rue Martel, de París, y de aquellas nuevas ediciones que sobre su obra se han producido desde 1984 en adelante. En total suman 3.786 registros bibliográficos en los que se pueden consultar la portada, la firma, la dedicatoria del autor, y los papeles que contiene el libro: un recorte de periódico, un billete de metro, una carta, un dibujo…, traspapeles que recuerdan un instante y que acompañaron al lector en su viaje.
La visita digital se ha organizado a través de índices de las obras escritas por Julio Cortázar encabezadas por un título en castellano y seguidas de todas las traducciones conservadas en su biblioteca: el listado de otros trabajos de Cortázar como editor; prologuista, traductor, fotógrafo o ilustrador; la larga nómina de autores de literatura y la cultura universal representados; la variedad de temas que corroboran su amplia curiosidad, sus gustos literarios, su compromiso creativo. Un índice de lenguas en las que figuran 26 idiomas diferentes para recordarnos la lectura en la lengua original de los autores clásicos y su labor como traductor de Edgar Allan Poe, Marguerite Yourcenar, o André Gide.
También se puede visitar la biblioteca a través de sus singularidades tales como los libros firmados, libros especiales. Un aspecto que habla del amor de Cortázar por el objeto libre es la colección de 17 volúmenes cuya edición, composición y formato los convierte en libros objeto de arte, de ediciones limitadas y raras. Un libro de poemas escritos a mano en un nivel de carpintero, un libro de poemas cuyos versos el lector combina y personaliza generando nuevos y únicos poemas, libros encuadernados como sacos, con cartón, con una simple anilla…Libros que se descomponen y que el lector recrea en cada lectura, sólo para él.
La Biblioteca Julio Cortázar en Internet, añade, además, una sección titulada “Recordando a Cortázar” que reúne los actos que se han realizado en la fundación Juan March con motivo de la citada donación o para la difusión de su obra.
Con ocasión de la entrega de la biblioteca de Julio Cortázar por su viuda, la Fundación organizó un evento el 12 de marzo de 1993, en el que Aurora Bernárdez, el entonces director de la Fundación José Luis Yuste, los escritores y editores José María Guelbenzu y Juan Cruz y el actor José Luis Gómez presentaron la biblioteca, plasmaron la personalidad del escritor, y se leyó un fragmento de su célebre novela Rayuela.
También se vincula a las conferencias organizadas y la bibliografía que sobre Cortázar y su obra dispone la Biblioteca de la Fundación. Desde 1993 hasta la fecha los libros de Cortázar han ilustrado multitud de exposiciones dedicadas al surrealismo, al jazz y las vanguardias artísticas.
Asimismo, se han llevado a cabo muchs estudios tomando como punto de partida la biblioteca personal del escritor: bien por su poesía, su novela, sus cuentos, su influencia en el boom latinoamericano y su activismo político; bien sobre escritores muy próximos a Cortázar: Alejandra Pizarnik, José Lezama Lima, Jorge Luis Borges, Carlos Fuentes, Pablo Neruda y otros.
Julio Cortázar fue un inmenso lector. Un día, con diecinueve años, caminando por el centro de Buenos Aires, entré en una librería y vi un libro de un tal Jean Cocteau, que se llamaba “Opio” y se subtitulaba “Diario de una dexintoxicación”. Estaba traducido por Julio Gómez de la Serna y prologado por Ramón. Un prólogo magnífico como casi todos los prólogos de Ramón. Bueno, algo había en ese libro (para mi Jean Cocteau no significaba nada) lo compré, me metí en un café y de eso me acordaré siempre, empecé a leerlo a las cuatro de la tarde. A las siete de la noche estaba todavía leyendo el libro, fascinado. Y ese librito de Cocteau me metió de cabeza, no ya en la literatura moderna, sino en el mundo moderno (Julio Cortázar y Omar Prego Gadea, La fascinación de las palabras. Buenos Aires, Alfaguara, 1997, p. 67)
Visitar su biblioteca, acercarnos a su mundo intelectual facilitarán sin duda el conocimiento y la comprensión de su obra. La Fundación Juan March se suma así al 50º aniversario de la primera edición, en junio de 1963 de Rayuela, la novela más célebre de Cortázar. Acceso en internet: http://www.march.es/bibliotecas/repositorio-cortazar/
El siglo XX comenzó muy prometedor para la ilustración de libros en España. El primer tercio fue uno de los periodos más estimulantes y vitalistas de la historia de la cultura española. La industria editorial alcanza un gran desarrollo, que propició la difusión de la obra de un grupo de artistas plásticos que fueron los precursores de la ilustración española de libros para niños. Esto coincidió con la atención más especial de la que empezó a disfrutar la infancia. Los escolares comenzaban a tener “sus” libros, tebeos, teatro…Se convirtieron en público.
Así nació la literatura infantil española, que, por supuesto, estaba ilustrada y cuya divisa era “instruir deleitando”. Esta ilustración corrió de la mano de grandes artistas, los irrepetibles modernistas y los novecentistas catalanes.
Fue Barcelona el gran centro de producción editorial que, junto con la editorial Calleja, en Madrid, pusieron en circulación modélicos libros para niños, ilustrados por Apel-les-Mestres, Bartolozzi, Llaverías, Lola Anglada, Sánchez Tena, Penagos y otros, artistas olvidados, y que, si los tiempos hubieran sido propicios, habrían dado lugar a una escuela de ilustración genuinamente española.
La guerra civil, la posguerra y la dictadura marcaron la vida cultural española que dio paso a un periodo de escasez y mediocridad, con las brillantes excepciones de Merçé Llimona, María Rius y Ferrándiz, además de los dibujantes de historietas Blasco, Cifré, Ambrós, Vázquez e Ibáñez.
A finales de los 60, en Cataluña comienza a recuperarse el libro infantil ilustrado, heredero de aquellos precursores y ya en los años 70, de la mano de la editorial madrileña Altea, y de dos jóvenes profesionales, creativos, renovadores y progresistas, el ilustrador Miguel Ángel Pacheco y el escritor y cineasta José Luis García Sánchez, se dio el impulso definitivo que permitió alumbrar el nuevo concepto de libro para niños, plenamente instalado en el panorama internacional.
Principales protagonistas de este momento fueron, junto a Pacheco, el grupo de ilustradores formado por Asun Balzola, Miguel Calatayud, José Manuel Boix, Viví Escrivá, Carme Solé, Ulises Wensell y otros, cuyos trabajos tuvieron una extraordinaria acogida en el país y una inmediata repercusión internacional. Rupturistas, originales y buenos conocedores, tanto de los clásicos como de las nuevas corrientes artísticas, supieron incorporar la contemporaneidad al panorama español.
Treinta años después siguen siendo ilustradores de referencia de la literatura infantil española. Estos dibujantes marcaron las pautas del buen hacer, así como la defensa de la libertad creativa marcando el camino de los que han llegado después.
La mayoría de los nuevos profesionales en la década de los 80 y 90 fueron incorporándose al panorama de la ilustración, continuaron con las ideas de este grupo de ilustradores y que, inspirados en estos maestros, han sabido recrear estilos personales.
El siglo XX se cierra con brillantez, con un afán de innovación similar al que tuvo el “Grupo de los 70”, pero amparados en una tradición ilustradora. Este nuevo arte recoge influencias de todo tipo: del pop, el surrealismo, el cubismo, el hiperrealismo, la fotografía, el cine, el cómic,…además del gusto por la experimentación y el mestizaje de técnicas, estos trabajos se realizan con una estimulante libertad creativa y con un excelente oficio.
La imagen desempeña un papel fundamental en la educación, es indispensable en el desarrollo de la capacidad de comprensión, además de adornar y embellecer un texto, dice cosas que éste no dice y fomenta la cultura impresa frente a lo audiovisual.
La ilustración debe llamar la atención del lector-observador, despertar su curiosidad, puede llegar a ser un mensaje tan rico como el texto mismo. Lo ideal en el libro ilustrado es que se complementen, que no tengan sentido el uno sin el otro, que su conjunción sea perfecta. Las ilustraciones deben ser el alma del libro infantil.
El mundo imaginario fue muchas veces poblado, en las primeras etapas de la vida, por las imágenes de los cuentos que leíamos de niños, nos hizo sentir en otro mundo. Por esto, la ilustración debe permitir proyectar en ella, el estado anímico del niño, debe atraparles pero no hipnotizarles, nunca debe ser la estación final donde llegue el niño y se instale.
Don Hernando de Colón nació en 1488, hijo de Cristóbal Colón y Beatriz Enríquez de Arana. Su estancia en la corte de los Reyes Católicos y el influjo del preceptor Pedro Mártir de Anglería le llevan a inclinarse al mundo del libro y de la cultura. Su vida es de viajero y sabio, escritor y poeta, apasionado de las artes y de las letras, mantiene correspondencia con los más célebres literatos de su tiempo. Viajó muchísimo por el extranjero y en su testamento (1539) escribe que para adquirir libros del mercado internacional tuvo que salirse fuera de la Península Ibérica. Recorrió los grandes centros de la imprenta y del libro europeo: Amberes, Lyon, Nuremberg, Roma, París y Venecia. El ser hijo de Colón le valió a Hernando para obtener ejemplares de los propios autores. En 1517 Antonio de Nebrija le regala una obra suya. Erasmo de Rotterdam le dedicó un ejemplar del Atibarbarum Liber en 1520.
Hernando de Colón fue una figura excepcional en el mundo del libro y en las técnicas de trabajo intelectual. Además de haber reunido miles de libros inventa un sistema para la rápida y segura consulta de ellos. Dotó a su biblioteca de una organización muy semejante a la generalizada en la actualidad, no falta un fichero topográfico, otro alfabético y otro de materias. Concibió algo tan moderno como los abstract y un método próximo a los encabezamientos bibliográficos.
La idea sobre la creación de la Biblioteca se va gestando desde 1509. En 1513, tras visitar Roma, Hernando pone en marcha su proyecto de biblioteca. La Biblioteca adquiere sus fondos mediante tres vías: por inversiones, donaciones y la ayuda del estado. D. Hernando Colón aprovechó sus viajes para comprar libros. Tuvo gran interés por adquirir cuanto se editaba en España o en los centros libreros más importantes de la época. Fue uno de los grandes bibliófilos de su tiempo, su amistad con los humanistas de su época propició la donación continuada de libros. Carlos V ayuda a D. Hernando en la sustentación de la Biblioteca con 225.000 maravedíes. Crea un equipo de trabajo que le ayuda en la confección de los libros. Como responsable principal de la Biblioteca nombra a su amigo y colaborador Juan Pérez. Además, en la Colombina trabajaron intelectuales asalariados.
Cristóbal Colón dejó al morir una biblioteca respetable para la medida de su época, que donó como legado bibliográfico a su hijo Hernando y que se considera la semilla de la futura Biblioteca Colombina.
LA BIBLIOTECA EN LA CASA DE LA PUERTA DE GOLES
Don Hernando decidió edificar en 1526, junto a la Puerta de Goles, un palacio en el que tuviera cobijo la gran biblioteca que tenía ya formada y sirviera de centro de trabajo del equipo que confeccionaba los repertorios. En la distribución de las habitaciones se puede observar la colocación física de las obras atendiendo a las materias. Hernando Colón sueña con perpetuar su biblioteca por medio de una fundación en beneficio de España. Para preservar la organización y destino de su biblioteca, así como el sistema que se debía adoptar en la redacción de los Catálogos, elevó al emperador Carlos V en 1537 un Memorial en el que solicita a perpetuidad 500 pesos para ayuda de la Biblioteca como pago a sus trabajos y en reconocimiento a su condición de hijo del Descubridor.
La segunda parte del testamento de D. Hernando de Colón es un verdadero reglamento para la conservación y aumento de la Biblioteca Fernandina. Habla de las obligaciones y compromisos que ha de aceptar, cuando él muera quien herede los libros. Dispone la forma y en qué orden han de estar colocados los volúmenes, su distribución, la protección externa del libro. Ordenó y detalló como debía hacerse la nueva adquisición de libros. Designó a su sobrino, el almirante Luis Colón como heredero universal de la Biblioteca y de todos sus bienes, con la condición de procurar el engrandecimiento de la institución. En caso de que se incumpliese este compromiso o no se quisiese aceptar, quedaba el Cabildo de la Catedral de Sevilla como depositario. Como D. Luis Colón no compartía las inquietudes de su tío, fue al Cabildo Catedralicio a quien correspondió la guardia y custodia del valioso legado. En 1522 la biblioteca de D. Hernando Colón, pasaba a incrementar los fondos de la librería del cabildo eclesiástico de Sevilla. Al incorporarse los libros de Colón a la Biblioteca de la Catedral se respetó la voluntad de D. Hernando de mantenerse la unidad de su legado con registros e inventarios diferentes a los de la Capitular.
REPERTORIOS BIBLIOGRÁFICOS
Los repertorios se pueden dividir en tres grandes bloques: ficheros alfabéticos, topográficos y documentalistas. Corresponde al primer grupo el Abecedarium A, índice alfabético cuyos asientos se limitan a recoger el nombre del autor, el de la obra y el número que tenía el libro en el Registrum A. Fue el origen del Índice General Alfabético o Abecedarium B y Supplementum. El Abecedarium B es algo novísimo y revolucionario. Esta formado por 15.344 asientos divididos en tres categorías: la primera contiene el nombre del autor, seguido del título; la segunda corresponde a las obras anónimas, que se indizan por la palabra más importante del título; la tercera está integrada por los íncipits o primeras palabras del texto. El primero de los ficheros topográficos en el Registrum A; de él se conserva la parte correspondiene a los 1.635 libros que envió desde Venecia a Sevilla y se hundieron en el mar, por ello se conoce como el Memorial de los libros naufragados. Dado el enorme volumen de libros que D. Hernando fue acumulando decidió darle una nueva ordenación, para lo que confeccionó el Registrum B. Éste describe los 4321 asientos que recoge. Su esquema es: número asignado al libro, autor y título, incipit y explicit, partes del libro, datos de impresión y datos de compra. El libro de los Epítomes se corresponde de forma absoluta con los modernos abstract. El libro de las Materias es el primer testimonio conocido de recuperación de la información mediante thesaurus. La idea era que buscando una palabra clave se accediera a los títulos existentes en la biblioteca sobre aquella materia y el grado de profundidad con que la trataba. Este repertorio sirvió para la posterior confección del libro de las Proposiciones. Del de Materias se entresacaban los asientos y se copiaban, siguiendo un orden alfabético, en el de las Proposiciones.
FONDO BIBLIOGRÁFICO DE LA BIBLIOTECA COLOMBINA
D. Hernando Colón formó una de las bibliotecas privadas más importantes de la primera mitad del siglo XVI. Poseía más de quince mil títulos, conformada por numerosos incunables, piezas rarísimas y únicas por las anotaciones marginales. Son de importancia los fondos en lengua francesa, italiana, catalana, flamenca, alemana. La importancia del fondo manuscrito reside en su rareza y calidad. El manuscrito más antiguo que posee la Colombina es del siglo IX. Hay en la colección Clásicos y grandes autores del momento además de opúsculos que custodia sobre literatura popular siendo muy interesante porque refleja el ambiente político y social de la época. Las ilustraciones predominan en muchos de ellos. La Biblioteca nos brinda una extensa visión de la imprenta y el mercado de libros en la Europa de la primera mitad del siglo XIV. La conservación actual del fondo es magnífico; se lleva a cabo mediante la revisión periódica del edificio y sus instalaciones y restaurando libros que lo requieran, que son retirados de la circulación y se sustituyen por copias en microfilm o fotocopia a servicio del usuario. La encuadernación que predomina en la Fernandina es en pergamino, en segundo lugar en piel y pocas en pasta.
Reunir, conservar y transmitir el saber de todos los tiempos y desterrar la ignorancia fue la finalidad con la que instituyó su Biblioteca.
(Fuente. Revista Cejillas y Tejuelos. Artículo extraído por Rosa L. Esplá Yelo)
Uno de mis sueños o lugares por conocer, sería adentrarme en la Biblioteca Nacional, qué sorpresa la mía cuando contacté, de la mano de mis compañeros y sin embargo amigos, Ariel Brito y Pablo Carballido, con Glòria Pérez-Salmerón, ex Directora de la BNE, y tan amablemente me concedió una entrevista para Alquibla.
1. ¿Qué recuerdo guarda con más cariño durante su etapa en la BNE?
Son muchos los recuerdos de la etapa como Directora de la Biblioteca Nacional de España que llevo en mi corazón. Ha sido un honor para mí trabajar en tan insigne institución y relacionarme con compañeros y personalidades tan interesantes. Un recuerdo inolvidable es la larga conversación que mantuve con José Luis Sampedro en ‘petit comité’ antes de que le impusieran la medalla de las Artes y las Letras. Recuerdo sus sabias palabras y el tono de su voz, un recuerdo imperturbable que aún me emociona. 2. ¿Cuáles eran sus funciones?
Las funciones de la Dirección de la BNE están descritas en sus Estatutos ampliamente. En resumen y para no extenderme demasiado, esos Estatutos dicen que corresponde a la Dirección de la BNE la gestión del organismo para cumplir los fines y objetivos señalados por su Real Patronato y representar la BNE al más alto nivel nacional e internacional; coordinar, impulsar e inspeccionar las actividades que se desarrollan, contratar en nombre del organismo; aprobar las cuentas anuales y rendir las mismas al Tribunal de Cuentas. Y también elaborar el presupuesto, el plan estratégico, su plan de actuación anual y su memoria de actividades.
Como veis un poco de todo, mi formación bibliotecaria y siendo funcionaria de carrera me ha permitido trabajar, aunque intensamente, con mucha comodidad.
Ha sido un honor para mí trabajar en tan insigne institución y relacionarme con compañeros y personalidades tan interesantes.
3. ¿Siempre tuvo claro que su vocación iba dedicada a las bibliotecas?
Si, desde niña, en la escuela ya me ocupé de nuestra biblioteca cruzando fichas de préstamo y lectores… siempre me han gustado los libros, los contenidos, pero también me agrada mucho trabajar para las personas. Y la biblioteca es el marco idóneo para combinar ambos aspectos.
4. ¿Cuáles son los proyectos que desarrolló durante su mandato?
Como bibliotecaria y Documentalista me gusta distinguir entre los proyectos técnicos que tienen que ver con la esencia de la Biblioteca, aquellos puramente bibliotecarios y de funcionamiento, y aquellos otros de difusión de sus contenidos que no dejan de ser los más lucidos para el público en general. En mi etapa en la BNE los más destacados han sido la dirección y coordinación de los actos del Tricentenario y de las exposiciones de gran calados dentro y fuera de la BNE, tales como:
Miradas a otros museos Exposición que sacó la BNE de sus muros a 29 Museos de las Comunidades Autónomas empezando por el Museo de El Prado y acabando en el Museo de Melilla.
Y el ciclo de conferencias “El Libro como Universo” coordinado por el escritor y periodista cultural Sergio Vila-Sanjuan. Que ha contenido las siguientes Conferencias:
– Marc Fumaroli: La república de los libros
– Enrique Vila-Matas: La levedad, ida y vuelta
– Mario Vargas Llosa. Conversación sobre libros, librerías y bibliotecas
– Blanca Berasategui: Los libros como muralla
– Sergio Vila Sanjuán: Un oficio de caballeros: los grandes editores del siglo XX.
– Andrés Trapiello: Literatura e imprenta en el siglo XX
– Luís Alberto de Cuenca: Ecos artúricos
– José Antonio Millán/Joaquín Rodríguez: Paradigmas digitales o el futuro del libro
– Carlos Ruiz Zafón: una visita al cementerio de los libros olvidados
– Jacobo Siruela: Los libros secretos
– Manuel Rodríguez Rivero: Los dueños de la lectura
– Alberto Manguel: El universo de las bibliotecas
– Laura Freixas: De mujeres y libros o la batalla de las marujas
– Maria Kodama: Jorge Luís Borges y las bibliotecas
En cuanto a los proyectos técnicos hemos impulsado unos cuantos muy importantes para actualizar los procesos de la BNE y posicionarla como Bibliotecaria cabecera del sistema bibliotecario español y también en el panorama internacional. Tales como la Aprobación de la Ley de Depósito Legal 29 de julio de 2011, la aprobación del
Plan Estratégico de la BNE 2012-2014, el Plan de Digitalización, el Plan de preservación, la puesta en marcha de la Gestión Documental y la Intranet 2.0 y el lanzamiento de la Biblioteca Digital Hispánica en la WDL, Biblioteca Digital Mundial (Library of Congress EEUU y UNESCO). Y el ingreso del catálogo de la BNE en OCLC. WorldCat, el catálogo colectivo más universal. Así como también la planificación de la construcción del Repositorio Nacional firmando un convenio con Red.es para alojar los datos del archivo de Internet, los “big data” de la Biblioteca Digital Hispánica y los recursos electrónicos entrantes por Depósito Legal. Además en setiembre de 2012 lanzamos el Portal Iberoamericano del Patrimonio Digital, portal que da acceso a los registros digitales de las Bibliotecas Nacionales de Ibero América. Y también la oferta del Máster y curso de Experto de Bibliotecas y Patrimonio Documental con la Universidad Carlos III de Madrid, bajo el patrocinio de la Fundación Repsol y Abina. Dirigido a los profesionales bibliotecarios de las Bibliotecas patrimoniales de Ibero América.
Creo que si la oferta bibliotecaria es atractiva la ciudadanía hará más uso de ella
5. ¿Cree que las bibliotecas se tienen que acercar más al ciudadano o el ciudadano más a las bibliotecas?
Sinceramente creo que las bibliotecas deben adaptarse a la realidad que les envuelve por lo que los bibliotecarios debemos esforzarnos para ser capaces de ofrecer servicios bibliotecarios que den respuesta a las necesidades de la ciudadanía. Por lo que creo que si la oferta bibliotecaria es atractiva la ciudadanía hará más uso de ella.
6. ¿Cree que la incorporación de las nuevas tecnologías ha sido positivo para las bibliotecas en general?
En estas dos últimas décadas las TIC han revolucionado casi todo, las bibliotecas también y por supuesto para bien. La capacidad de difusión y de acceso a la información a través de las TIC ha marcado un hito en la historia de la humanidad. Ahora todos (o casi todos) llevamos la biblioteca en el bolsillo, y eso se lo debemos a la tecnología.
7. ¿Qué piensa de la Biblioteca 2.0?
La interacción multidireccional con la ciudadanía, con las comunidades universitarias, escolares, investigadoras, con todo el mundo, eso es lo que nos ha aportado las funcionalidades 2.0- La comunicación con nuestros usuarios y la oferta de servicios, todo en uno. A veces pienso ¿cómo podríamos antes dar servicio o recibir inputs de nuestros usuarios sin las herramientas de la web 2.0? Vivimos un momento excepcional que han hecho de la Biblioteca, el servicio de proximidad. Lo que os apuntaba, la biblioteca en el bolsillo.
La verdad es que nunca imaginé que sería la Directora de la Biblioteca Nacional. Ha sido cosa del destino y lo interpreto como un premio a mi dedicación altruista al mundo asociativo profesional.
8. ¿Cree que la digitalización de los fondos así como las bases de datos digitales son fundamentales para la conservación de los documentos?
La digitalización cumple dos objetivos, el de la conservación y el de la difusión. Aunque la conservación es fundamental especialmente en bibliotecas patrimoniales, la difusión es también un encargo que debemos cumplir. Ahora bien, la digitalización es cara y los recursos son finitos por lo que hay que planificar sabiamente que es lo que debemos digitalizar. De ahí mi interés para que la BNE dispusiera de un plan de digitalización y de un plan de preservación adecuados a sus necesidades.
9. ¿Consideró un sueño hecho realidad una experta como usted en bibliotecas trabajar en la Biblioteca Nacional?
La verdad es que nunca imaginé que sería la Directora de la Biblioteca Nacional. Ha sido cosa del destino y lo interpreto como un premio a mi dedicación altruista al mundo asociativo profesional. Llevo muchos años trabajando en el COBDC, FESABID, EBLIDA e IFLA.
10. ¿Qué aporto cuando entró a dirigir la BNE?
Creo que aporté conocimiento especializado en el entorno de Biblioteca 2.0 y supe ver la necesidad de comunicación de lo que se estaba realizando intramuros y también posicionar la BNE a nivel nacional e internacional. No en vano se nos pidió que realizáramos la ponencia clave el la Cumbre del Libro en la Biblioteca del Congreso de los Estados Unidos el pasado diciembre de 2012, entre otras muchas invitaciones a participar en comités y organizaciones internacionales.
11. He oído que es candidata a formar parte del Comité de la IFLA…,
Sí, ya ha habido elecciones en forma de “postal ballot” para escoger las diez personas que forman parte de la Junta de Gobierno de IFLA, y afortunadamente he sido una de las elegidas. Estoy muy ilusionada y creo que mi experiencia en la gestión de bibliotecas y de equipos de personas puede contribuir al gobierno de la Federación de asociaciones de profesionales bibliotecarios.
12. Actualmente preside FESABID…
Actualmente soy vicepresidenta de EBLIDA, European Bureau of Library, Informaton and Documentation Asociation. Fui Presidenta de FESABID entre 2008-2010, me reeligieron en abril de 2010 y dimití al ser nombrada Directora de la BNE en julio de 2010. Lo hice para centrarme en mi trabajo y porque considero que no es elegante ser la directora de uno de los centros con más bibliotecarios de España y a la vez defensora de los profesionales bibliotecarios españoles.
Aunque he seguido colaborando con FESABID en todo aquello que se me ha requerido.
13. ¿Qué proyectos tiene en marcha?
A nivel personal unos cuantos, a nivel profesional estoy trabajando intensamente en la campaña e-Reading de EBLIDA y trazando mi hoja de ruta para IFLA.
14. Aparte de la sede en Alcalá, ¿se depositan más libros en otro sitio si cada año se publican miles de libros y una copia se deposita en BNE?
La BNE es el Centro Nacional de Conservación y reparte sus fondos entre la sede de Recoletos y la de Alcalá de Henares. En Alcalá aún hay espacio para construir varios depósitos. 15. ¿Ha tenido dificultades en el desempeño de sus funciones por cuestión de género?
Nunca he tenido dificultades en el desarrollo de mis funciones en mi trabajo por ser mujer, lo que si he tenido en un par de ocasiones a lo largo de mi carrera profesional ha sido jefes misóginos que no me han ayudado mucho a progresar y a escalar posiciones.
Pero a la vista está que las mujeres si que me han dado varias oportunidades y creo que las he sabido aprovechar. 16. ¿La Biblioteca Nacional de España llegará a digitalizar todo su fondo antiguo para facilitar la investigación?
Supongo que la BNE seguirá su plan de digitalización en el que se recoge los documentos que se digitalizaran en un futuro próximo. 17. ¿Qué piensa de Alquibla, http://www.alquiblaweb.com como página de difusión de la cultura?
Eva María, Alquibla me parece una buena propuesta, con contenidos de interés para profesionales y amantes de la cultura y los libros. Con el tiempo necesitarás una plataforma que te permita mejor ínter actuación con las personas que lleguen hasta ella. Un consejo, no dejes de promocionar sus contenidos a través de todas las herramientas de la web 2.0 que te van a ayudar a posicionarla mediante un número cada vez más elevado de visitas.
Alquibla me parece una buena propuesta, con contenidos de interés para profesionales y amantes de la cultura y los libros
18. Un sueño, un deseo…
Mi sueño… un mundo de acceso abierto a la información sin cortapisas ni fronteras.
Mi deseo… creer en la generosidad de las personas. Aunque siempre lo intento no siempre lo consigo.